Dentro del marco

De la película Dorian Gray (2009)

«La vida que había de formarle el alma le deformaría el cuerpo. Se convertiría en un ser horrible, odioso, grotesco. Al pensar en ello, un dolor muy agudo lo atravesó como un cuchillo, e hizo que se estremecieran todas las fibras de su ser.”

El retrato de Dorian Gray / Oscar Wilde

Una vez que el retrato de Dorian Gray estuvo terminado, la imagen del cuadro miró la vida fuera del marco, al ver al Dorian Gray de carne y hueso tomó la decisión de preservarlo intacto; absorbería todas sus faltas y pecados, sus equivocaciones y debilidades.

La ventaja de constituirse en la sombra era la siguiente: cada vez que Dorian Gray se parase frente al cuadro para examinarlo, él, el que estaba hecho de óleo y pinceladas, contemplaría la belleza intacta de su fuente, esa visión lo regocijaría llevándolo a pensar: “Eso es lo que soy”; mientras que el otro, el de carne y hueso, se horrorizaría en cada ocasión al comprobar que la imagen del cuadro tomaba, con el paso del tiempo, tintes cada vez más siniestros. Una y otra vez se preguntaría, temblando de asco y repugnancia ante la grotesca visión: “¿Es eso lo que soy?”, y correría al espejo más cercano en busca de alivio momentáneo, pues sabía, con certeza aguijoneante, que su verdadero espejo era aquel cuya visión no soportaba.

Afortunadamente la imagen del cuadro jamás se vería a sí misma reflejada en espejo alguno, el único espejo que tendría ante sí sería siempre el del joven, hermoso y angustiado Dorian, quien parecía buscar infructuosamente en el territorio ceñido por el marco los restos de su propio naufragio.

El retrato esperaba largas horas, palpitando en medio de la oscuridad, a que el otro apareciera para contemplarlo, su deseo no radicaba en ser contemplado, sino en contemplar la figura de ese otro que no envejecía ni se marchitaba, creyendo ver en él su propia imagen. El cuadro solo existía para ese momento en que tenerlo frente a sí lo llevaba a regodearse en su propia perfección originaria.

Confinado bajo la pesada tela que lo cubría, se consolaba al pensar que ambos vivirían para siempre, él le concedería la eternidad a Dorian Gray al absorber para sí cada uno de sus pecados, a cambio de que este le mostrase periódicamente su imagen para admirar la magnífica fuente de la que había brotado. Los ojos del cuadro recorrían complacidos la figura del hombre que, con un sentimiento de incomodidad, se sabía observado por la imagen dentro del marco.

Pero el habitante del cuadro se equivocó en algo elemental: los hombres no son como las obras de arte, son cambiantes y el tiempo suele devaluarlos. Cuando el retrato lo vio venir con el cuchillo en la mano supo que, para sobrevivir, no tendría más remedio que devolver todo lo que el otro le había dado. Los papeles debían ser cambiados y la carne, finalmente, debía cumplir con su único destino: corromperse. ¡Qué ingrato Dorian Gray al caer ante sí luciendo de esa forma! Para no contemplar la grotesca visión, el del retrato, libre ya de toda carga y recuperado su esplendor inicial, levantó la mirada. No quería ver en lo que Dorian Gray se había convertido: una obra desfigurada de la cual había huido la vida. En cambio él había sido creado para conquistar la eternidad.

Ha sido trasladado a una galería donde a diario lo contemplan con fascinación personas que no despiertan en él el menor interés, ninguna de ellas es su espejo. ¡Qué difícil vivir sin un reflejo! Conserva la mirada elevada mientras alguien, inevitablemente, suele comentar: “Parece más altivo que cuando estaba vivo”. Indignantes palabras, piensa el cuadro, puesto que era yo quien lo mantenía con vida.

Soporta la eternidad tan estoicamente como puede, jamás ha vuelto a mirar fuera del marco, hasta que un día lo cambian de sitio. “Aquí hay mejor luz”, escucha decir; al quedarse nuevamente en soledad descubre algo que despierta una corriente de emoción en cada uno de sus trazos: en línea recta al ángulo de su altanera mirada hay una ventana abierta, el cristal captura tenuemente su figura, no es un reflejo nítido, es apenas una gota de agua para su larga sequía.

Cada día alguien abre la ventana y él vuelve a contemplarse difusamente, extraña la mirada llena de desprecio de Dorian, pero ese reflejo borroso es mejor que nada, aunque frente al mismo jamás llegue a exclamar “Esto es lo que soy”.

©NideskaSuárez

Publicado por Nideska Suárez

Escritora venezolana

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