Mamá Gallina

Le decían Mamá Gallina, era una de las veteranas de la avenida Lecuna, su maquillaje tenía semblanza de payaso triste, siempre la pintura le chorreaba por algún lado. Las mejillas excesivamente rojas, los párpados demasiado azules, la boca con su carmín exagerado, no podían faltar los pegotes de rímel en las pestañas, el delineador negro en los ojos era un marco torcido. Era gorda y fofa, el escote dejaba ver unos senos grandes y caídos, la piel del pecho lucía como tela arrugada. Las uñas de las manos y de los pies siempre iban barnizadas de rojo intenso, si el sol les daba directamente el destello cegaba.

A su lado siempre había un borrachito o dos, los tres bebían de la misma botella pequeña y cuadrada con marcas de dedos, los tres tenían las pupilas dilatadas surcadas por pequeños vasos semejantes a deltas sanguíneos. Había un duendecillo travieso y lascivo que saltaba sin cesar entre los tres pares de ojos.

“¿Esa mujer tan fea y vieja es…?”, le preguntó la adolescente a su madre. Esta última, tratando de no mirar al trío que bebía sentado en el sucio muro, no la dejó terminar la frase, le contestó con un cortante “Sí”. “¿Pero quién querría pagarle a ella por…?”, de nuevo la volvió a cortar, “Los borrachitos”. “¿Lo hace con ellos?”, preguntó la joven con cara de asco al contemplar a los dos hombres de cabello grasiento, dientes podridos, ropa descosida y aspecto desaseado que estaban a cada lado de la mujer. “Alguien tiene que atenderlos”, “¿Y cuánto les cobra?”, “Esa es lo que llaman una putica de a medio”. La joven no entendió, no había conocido el medio. Siguieron caminando hacia la iglesia Santa Teresa, antes de entrar la chica volteó una última vez hacia el trío, la mujer, que se sabía observada, levantó la vista y le sonrió con malicia, tenía los dientes amarillentos.

Dos hombres, que venían en sentido contrario, sonrieron divertidos al ver al trío, uno de ellos comentó “Coño, allí está Mamá Gallina”, “¿Por qué? ¿Porque siempre anda con pollitos mojados?”, se carcajeó el otro de su propia ocurrencia. “No chico, es porque las patas de gallina ya no le caben en esa cara fea y arrugada”.

Mamá Gallina vio pasar a los dos hombres, no tendrían más de treinta, uno de ellos gritó “Adiós Mamá Gallina”, “Adiós mi amor”, contestó ella con la lengua pesada. Le hubiera gustado estar con alguno, en cambio tendría que irse con los dos que tenía al lado, atendería a uno primero y al otro después, eso de estar con los dos a la vez no iba con ella. “Soy de la vieja escuela”, decía siempre, “no hago vainas raras”.

-Bueno, vámonos —el duende travieso brilló con más fuerza en la mirada de ambos hombres. Se levantaron torpemente y la siguieron tambaleándose. Tenía unas nalgas inmensas que ambos contemplaban sonriendo con la dentadura incompleta.

Cruzaron la avenida, en la esquina estaban las otras, las jóvenes, las que siempre se burlaban de ella. Al verla pasar con los dos borrachos detrás, una de ellas le dijo: “Coño vieja, ya retírate vale”. Uno de los borrachitos la miró y preguntó: “¿Tú me lo vas a hacer mi amor?”, las otras silbaron y se rieron: “No joda, primero muerta”, “No te preocupes que no te falta mucho, periquera”, le contestó enfatizando la última palabra. El grupo se deshizo en insultos y palabrotas. La aludida, furiosa, se restregaba la nariz enrojecida mientras de su boca salía un nutrido repertorio. Los dos borrachos no paraban de reír como si cada improperio les hiciera cosquilla.

Mamá Gallina continuó meneando las nalgas enormes, imperturbable, en dirección a su lugar de trabajo cerca de la plaza La Concordia, “la oficina”, como le gustaba llamar al cuartucho donde vivía hacía más de treinta años. Todos observaban al grupo y se burlaban, algunos silbaban intentando imitar el sonido de los pollitos, los travestis se tapaban la boca escandalizados “No sé de dónde saca la fuerza para estar con esos esperpentos, yo ni con tres inhaladas, chica”, comentaban envueltos por una nube de humo. Los borrachitos les lanzaban besos, ellos ponían cara de asco y chillaban despavoridos. Mamá Gallina continuaba indiferente.

Por fin llegaron a la pensión, olía a fritanga y a mugre añeja, ella entró por la gastada puerta sin detenerse, los borrachitos voltearon antes de entrar e hicieron una reverencia, recibieron aplausos y chiflidos. Cuando desaparecieron alguien preguntó “¿Y por qué le dicen Mamá Gallina?”, “Porque es la más vieja del corral”, respondió uno, “No, porque a-coge a los necesitados”, se burló otro. Finalmente, un borracho que había observado todo desde la plaza sin emitir palabra, dijo antes de echarse el último trago: “Ni una cosa, ni la otra, es porque después de hacerlo siempre te da un plato de comida caliente y te dice: Pa’ que no te vayas con hambre, pollo, pa’ que no te vayas con hambre…”.

©Nidesca Suárez

Fotografía de Brassaï

Publicado por Nideska Suárez

Escritora venezolana

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