Bajo el colchón

Querido Lucas

Hace ya tiempo que comenzó nuestra extraña correspondencia, que sus cartas aparecen semanalmente bajo mi estera y que las mías, así lo imagino, aparecen bajo el colchón de su cama. Es inútil perder el tiempo preguntándonos sobre la extrañeza de este fenómeno, ¿qué son en todo caso el tiempo y el espacio, salvo invenciones, nombres, palabras pronunciadas infinitamente por el hombre?

Hoy en día, en el tiempo que transito, esas palabras carecen de sentido. ¿Cómo era antes? ¿Cómo era en su mundo, en su espacio?

Desde que recibo su correspondencia de principios del siglo XXI, mi mente se esfuerza en vano por visualizar el cómo y el porqué de lo que fue: un planeta aún hermoso que sucumbe ante la indiferencia de los afortunados habitantes de un tiempo de ciegos.

El tiempo que transito, o que me transita, es el de los sobrevivientes. Somos apenas la cuarta generación del “post”: post-pandemia, post-detonación, post-radiación, post-inconciencia… Aún demasiado jóvenes, demasiado espantados, demasiado desorientados. El invierno nuclear no nos borró del mapa, como en su tiempo se pensó que sucedería, pero sí nos arrebató parte de nuestra esencia; nuestros bebés nacen con el miedo y la angustia dibujados en el rostro.

Usted me da referencias sobre un mundo perdido, me escribe sobre cosas que la mayoría de las veces no comprendo; verá, nuestras referencias sobre el pasado son en su mayoría orales y me temo que han terminado adquiriendo más tinte de leyenda que de verdad, no obstante es la única historia que conocemos.

Me pregunto al leer sus cartas, hasta qué punto se entrelazan nuestras historias, ¿soy yo consecuencia de la destrucción de su mundo? ¿O después del estallido se produjo un quiebre capaz de detener la continuidad de la historia por usted conocida para dar paso a esta en la que habito y que a veces pareciera surgir de la nada? Pues siempre que intentamos mirar hacia atrás nos encontramos con un gran vacío.

Querida Vega

Su historia, creo, es consecuencia de esta que transito. Este siglo tiene un sabor a catástrofe que pone la piel de gallina y entumece los sentidos. Aún continuamos matándonos unos a otros como tontos; llevamos implícito el sino de la destrucción. Si bien ni usted ni yo conocemos la fecha exacta en que esa manía destructiva se desbordará más allá del asombro, estoy seguro de que estas primeras décadas del siglo constituye un preludio, casi tangente, de lo que luego será su mundo.

Ahora mismo atravesamos por una pandemia mundial que nos ha obligado a recluirnos en nuestras casas, es como si el planeta necesitara un descanso de nosotros. No sé si lograremos superarlo, unos dicen que sí, pero también puede que vaya in crescendo, de hecho ya se nos ha salido de las manos y siento, al igual que todos, que de ahora en adelante ya nada volverá a ser lo mismo.

No sé si entre usted y yo hay un antes y un después irreconciliables, siempre me ha parecido el olvido un arma peligrosa, al fin y al cabo qué somos sino pasado. Gracias a usted ahora sé que también soy futuro. Este presente que transito no es para nada alentador, pero saber que pese a nuestra manía autodestructiva la vida encontrará la manera de reinventarse me ofrece algún consuelo. ¿Debo disculparme por mi tono derrotista? Me parece que no, sería demasiado triste enviar disculpas que viajaran a través del tiempo.

No soy el representante más apto de este siglo que aún no llega a su medianía, en realidad me autodefino como un ser anacrónico, incómodo dentro de este tiempo en el cual la autosuficiencia es la bandera que más alto se enarbola, al menos hasta ahora así ha sido. De seguir por ese camino iremos directo a nuestro fin, que es también su comienzo, ¿no es cierto? De hecho, ya está sucediendo. La Tierra nos está pidiendo un cambio, pero no sé si tendremos la voluntad para consumarlo.

Desconozco hasta cuándo durará el milagro de nuestra correspondencia, pero por favor no deje de escribirme, es su escritura lo que me mantiene a flote en estos momentos en que la soledad resulta tan descarnada…

©Nidesca Suárez

Léelo completo:

Publicado por Nideska Suárez

Escritora venezolana

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